Una familia numerosa de nueve sentados a la mesa un día de fiesta. Todos hablan al mismo tiempo. Poco a poco el encuentro se convierte en un reto: a ver quien habla más alto y consigue atraer la atención del resto. A todo esto, mi hermano Santiago de 17 años dijo que estaba pensando estudiar comunicación.
-Si eso es lo que te gusta ¡buena elección!-le dije.
Pero seguidamente me respondió con una sonrisa irónica:
-A mí lo que realmente me gusta es la magia, pero como no existe carrera no me voy a complicar lo más mínimo, me han dicho que los de comunicación viven bien.
-Si ese es tu argumento mejor mantenlo en secreto porque me parece de lo más penoso.
-Tú calla -me dijo molesto- que si hay algo que no sirve para nada es la filosofía.
-¿Y la magia sirve para algo?- le pregunté. Pasaron unos minutos de silencio y me respondió:
-Si quieres y te esfuerzas por llegar alto sí.
-Lo mismo la filosofía- añadí. Y acabó nuestra conversación.
La magia es como la filosofía. No hay una definición única y específica, y sin embargo, todo el mundo sabe qué es la magia y qué es la filosofía. La magia es crear y hacer creer algo que es ilusorio, y la filosofía consiste en preguntarse por las cosas más importantes que a menudo pasan desapercibidas, esto es, la verdad. A partir de esto cada uno construye su propia definición según lo que piense y sienta, pera para pensar y sentir se requiere ante todo vivir. Solo cuando realmente vives los trucos dejas de ver un juego de manos y pasas a sentir la magia. Del mismo modo, solo cuando vives la filosofía tienes la capacidad para pensar por ti mismo, de ser tú mismo y escribir sobre lo que piensas y lo que eres, y de este modo crecer como persona[1]. Solo viviendo se consiguen verdaderas definiciones que quedan a cargo de cada uno.
No es fácil definir estas dos profesiones y tampoco dominarlas. Cuando un mago lleva a cabo un espectáculo muchas veces se escucha entre el público la famosa frase: ¡Eso también lo sé hacer yo!-, a la que le sigue -¡déjame intentarlo!-. Pero quien dice eso miente, y quien lo intenta fracasa y queda en ridículo. Es posible que realmente descubras el secreto del truco, puede que hayas averiguado todo paso por paso, que sepas dónde esconde la paloma, cómo hace para no quemarse con el fuego, que movimiento ha hecho para esconderse la carta, cómo hace aparecer de una moneda cinco… pero nunca sabrás hacerlo como él, porque como decía E.H. Gombrich: “No hay arte sino artistas”[2]. Por muy elemental que parezca un truco, solo es capaz de hacer verdadera magia aquel que a base de observar a sus maestros, de imitar a los grandes, de aprender y estudiar a los clásicos, de corregir sus fallos, admitir consejo y practicar durante horas, se ha convertido en un artista. Ya lo decía Harlan Tarbell:
“Hay una gran diferencia entre un mago y alguien que hace trucos. Puedes darle una medicina a un amigo, pero eso no te convierte en doctor. Dar una medicina es sólo un pequeño factor. Uno puede ser capaz de diagnosticar, incluso de aplicar tratamientos, y estar preparado para las emergencias. Pero se requieren años para llegar a ser médico”[3].
Y lo mismo ocurre con la filosofía; todo el mundo puede hacer filosofía pero no todo el mundo es filósofo. No basta con estudiar a los grandes autores, eso lo hemos hecho todos durante el bachiller. El verdadero filósofo es el que después de seguir la vida de sus maestros profundiza en la suya y busca desvelar los mismos trucos pero con magia propia. Y para ello se requieren dos herramientas imprescindibles: inquietud e inconformismo.
En su libro Tesoros y otras magias Álvaro Cunqueiro escribió la siguiente historia:
Anduriño Pinchacarneiro tenía un manuscrito que rezaba “Hay un tesoro enterrado en el alto de Peña Buco”. Pobre Anduriño… Durante cien años buscó sin descanso, revisó mapas y estudió las leyendas, preguntó a los lugareños y hasta tradujo los registros en lenguas antiguas. Nadie había oído hablar de aquel lugar. El alto de Peña Buco no existía y mucho menos su tesoro. Un día don Anduriño, viejo y cansado, decidió dejar de ser buscador y se hizo encontrador de tesoros. Compró un metro cuadrado de tierra, se fue al registro y lo inscribió con el nombre de Peña Buco, cuando regresó, escarbó y había un tesoro.
El taller de la magia[4] |
En esto consiste la tarea del filósofo. Una vez que uno ha vivido, pensado y estudiado lo suficiente tiene que crecer en madurez, esto es, dejar de buscar para encontrar. Si leemos y estudiamos a todos los autores desde los clásicos hasta nuestros días vemos cómo todos hablan de un tesoro enterrado: la verdad. Pero por más que analizamos, leemos y estudiamos no encontramos la verdad en ellos porque tenemos que ser nosotros los que la encontremos; los maestros únicamente nos aportan un método, un manual para el buscador aficionado y principiante, de manera que una vez adquiridos los fundamentos necesarios seamos capaces de comprar un metro cuadrado de tierra de la vida intelectual sobre la que poder desarrollar nuestra individualidad hasta hallar el tesoro; la verdad, y convertirnos así en magos expertos de la filosofía.
¿Entonces la filosofía es magia?- os preguntareis. Sí y no. No si se la considera solo magia, porque entonces estaríamos hablando de la filosofía como un arte para hacer creer algo ilusorio cuando el objeto de la filosofía es todo lo contrario a una fantasía o engaño. Sí, si se une la magia a la filosofía sin que esta deje de ser filosofía. Siguiendo esto último, se puede decir que la filosofía es la “magia” que te lleva a descubrir la verdad y a vivir conforme a ella, que te asombra y te hace buscador de tesoros. Un ejemplo claro es Sócrates, un filósofo de profesión que realizaba el “truco” de la mayéutica para que la gente cayera en la cuenta de su ignorancia y despertara así el interés por la verdad.
Ahora bien, hay que tener en cuenta un punto importante en el que se diferencian la magia y la filosofía: el secreto de profesión. Según el mago Harlan Tarbell, “el mago depende del misterio, que a su vez depende del secreto”[5]. En la filosofía hay misterio pero nunca secreto. Las verdades son misterios que hay que descubrir y que una vez descubiertas no pueden permanecer en secreto. Así como desvelar un truco de magia se considera un atentado contra la profesión, mantener una verdad en secreto premiaría al filósofo con cicuta. La filosofía está por encima de la magia. La magia correspondería al mundo de las apariencias de Platón, donde la verdad permanece en secreto, mientras que la filosofía reinaría en el mundo de las Ideas, lugar donde los trucos se desvelan gracias a la magia de la dialéctica que emplea el filósofo para ayudar al principiante a ascender el camino profesional que va del país de las maravillas al mundo real. Una vez el filósofo ha cultivado e inscrito su nombre en el pedazo de tierra que compró para dar con la verdad, ha de hacer de su taller otro mapa que sirva de guía a jóvenes aprendices en la búsqueda del tesoro. ¿Cómo? Con magia.
***
Han pasado varios meses. Una familia numerosa de nueve sentados a la mesa un día de fiesta. Todos hablan al mismo tiempo. Un día más vuelve a salir el tema de los estudios y entre tanto murmullo se oye decir:
-A lo mejor estudio comunicación, que según me han dicho no es una carrera muy dura, y así tengo más tiempo para dedicarme a la magia.
-Me parece bien-respondí.
[2] Gombrich, Ernst. H, La historia del arte, Phaidon, Londres, 2010.
[3] Tarbell, Harlan, Curso de Magia, volumen 1, ed. Páginas Libros de Magia, Madrid, 2011.
[4] “A partir de cierta edad no basta ya para aprender con leer o escuchar a otros, sino que es indispensable escribir o enseñar a otros”, Jaime Nubiola en El taller de la filosofía, ed. Eunsa, Navarra, 2010, Pág. 53.
[5] Tarbell, Harlan, Curso de Magia, volumen 1, ed. Páginas Libros de Magia, Madrid, 2011.