Hace aproximadamente seis años, en un debate de clase de ética, Claudia comparó el relativismo con un virus que invade la inteligencia y le impide reconocer que las cosas son como son. -¿Qué opinas de esta comparación?- me preguntó el profesor. Yo apenas había oído antes la palabra relativismo, así que dejé la respuesta en manos de mis compañeros. Al día siguiente, mientras estudiaba la lección, cogí el diccionario de la RAE y consulté el significado de la palabra relativismo que decía así: “Doctrina según la cual el conocimiento humano solo tiene por objeto relaciones, sin llegar nunca al de lo absoluto”. Esto es verdad- pensé. El mundo es una compleja red de conexiones entre sucesos, personas y objetos que se relacionan en el espacio y en el tiempo y que difieren según la cultura, los gustos, las apetencias, la ideología…todo es relativo. Pero mi postura relativista se ponía en duda cada vez que recordaba el comentario con el que Mónica refutó a Carla: “Si la ética fuera cuestión de gustos, el traficante de droga, el asesino, el violador y el ladrón podrían estar actuando éticamente; todas las acciones podrían ser buenas acciones” ¿Entonces quien tiene la razón? No lograba salir de la confusión.
Pero tras años de reflexión, y a raíz del texto “Pragmatismos y relativismos (C.S. Pierce y R. Rorty)” he caído en la cuenta de que “relativo” no significa “subjetivo”, ni es tampoco lo mismo que “relativismo”. Lo relativo es también objetivo: yo soy objetivamente una chica de 19 años, pero también soy objetivamente una hija de mis padres, una alumna de mis profesores, amiga de mis amigos, novia de mi novio, hermana de mis hermanos…y según las circunstancias cada uno deberá tratarme como objetiva y relativamente soy. Por el contrario, el relativismo pretende que cada quien actúe según sus motivos, según sus apetencias, sus deseos y sus opiniones tomando como criterio la satisfacción, es decir, identificando lo objetivo con lo que uno querría que fuese. El relativista toma por real lo que le conviene, ya lo decía don Quijote al afirmar “Eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa”. El relativismo condena toda norma moral y exige que cada uno intente alcanzar la felicidad como le parezca oportuno y provechoso. Se trata por tanto de un relativismo como pragmatismo vulgar, un relativismo escéptico que “abandona las nociones de objetividad y de verdad, renuncia a la filosofía como búsqueda y simplemente aspira a continuar la conversación de la humanidad”[1].
En general, aceptamos la universalidad de ciertos bienes. Sin embargo, cuando se quiere hablar del bien, de la verdad objetiva, surge siempre una diversidad de opiniones que dan lugar a conflictos. Y surge también, contra la objetividad de la verdad, la discrepancia del relativismo al afirmar que no hay bienes objetivos, pues no hay más que ver como unas culturas han tenido por buenos los sacrificios humanos, la esclavitud, la poligamia, etc., mientras que en otras no. No creen que exista una medida universal, un criterio de verdad que explique lo que está bien y lo que está mal, sino que todo está sujeto a la convención. A mi modo de ver, la regla del propio gusto cae por su propio peso, ya que entra siempre en conflicto con los gustos de los demás porque como dice el refrán, “en yendo contra mi gusto/ nada me parece justo”. Si cada uno se deja llevar por sus propias apetencias sin tener en cuenta los intereses del resto, se abre la puerta al “todo sirve” quedando anclados en un eterno conflicto, y en la monótona respuesta del ¿Y por que no?; sea cual sea la pregunta ¿Por qué te drogas? ¿Por qué robas? ¿Por qué estas a favor de la eutanasia? ¿Por qué practicas el aborto? toda explicación se reduce a un ¿Y por que no?
En mi opinión, el relativismo se identifica con el egocentrismo, es un quedarse en uno mismo, en la propia subjetividad, en un “todo vale porque yo lo digo” que surge a raíz de un malentendido con lo “relativo”. Es cierto que todo es relativo porque todo está relacionado, hay pluralismo, pero al mismo tiempo todo es objetivo en cuanto que es real, y en lo real existe una jerarquía de valores. Los seres humanos, por el hecho de ser libres tenemos la capacidad de escoger entre diferentes formas de conducta, ahora bien, no todas son igual de valiosas. Se requiere un criterio de aplicación universal que nos haga distinguir entre lo bueno y lo malo y nos permita alcanzar las verdades absolutas. Pero este criterio lleva consigo el falibilismo que como bien dice Peirce contribuye a la comunidad “con sus aciertos e incluso con sus fracasos, pues estos sirven a otros para llegar más lejos que él hasta completar el asalto de la ciudadela de la verdad trepando sobre los cadáveres de las teorías y experiencias fallidas”[2].
A lo largo de la historia se han resuelto incontables luchas y desconformidades grandes y pequeñas, pero ello sólo sucede cuando los interlocutores están dispuestos a ceder en sus intereses y personales puntos de vista, es decir, cuando son capaces de una acción ética, algo que escasea en nuestra sociedad. A día de hoy, es necesario apostar en mayor grado por un pragmatismo pluralista no relativista con el fin de alcanzar un mayor perfeccionamiento y progreso humano, sin necesidad de fundamentos éticos ni científicos pues “la verdad no puede ser agotada por ningún conocimiento humano, sino que queda siempre abierta a nuevas formulaciones”[3].
[1] J. Nubiola: “Pragmatismos y relativismo: C. S. Peirce y R. Rorty”, Unica II/3, 2001, (pp. 9-21), p.4.
[2] Ibíd. p. 4
[3] Ibíd. p. 7