Con una condición: que sea del gallipot
Mª del Pino Gil de Pareja
Blanca Mª de la Puente González-Aller
Un batido, una sociedad
Sabemos por naturaleza que la existencia humana en solitario hace imposible la felicidad, la vida en sí misma. Ningún hombre opta por vivir enteramente solo ya que el hombre es por naturaleza un animal social. Los seres humanos estamos vinculados los unos con los otros pues nos necesitamos mutuamente, todos somos como un solo hombre, y este único hombre no es sino la sociedad. Al igual que un batido de vainilla requiere de una mezcla de diversos ingredientes para lograr el sabor deseado, la sociedad requiere la convivencia de los distintos miembros que la conforman para alcanzar su fin: el bienestar común.
La estructura de una sociedad es semejante a la de un batido de vainilla, todos sus ingredientes se encuentran en un mismo vaso pero no por ello ocupan un mismo nivel de la jerarquía. Todos tienden a un mismo fin, este es, lograr el sabor perfecto, un sabor inigualable, un sabor único, donde todos los ingredientes forman uno solo, y solo entonces podrás afirmar con certeza y orgullo que este es realmente “el batido del Gallipot” y no el de cualquier otro sitio, es decir, la verdadera sociedad, y no otra cualquiera en la que escasean los valores y los deberes respecto al bien común. Si lo que busca el pragmatismo es ceñirse a las situaciones y elementos de la vida cotidiana, ¿qué mejor que filosofar acerca de algo tan cercano y asequible como una bebida de semejante calibre?
La mayoría de los vasos en los que se sirven batidos muestran una figura alargada a modo de cilindro en la que la parte superior, la cual solemos identificar como el borde de la copa, suele ser la más ancha. Progresivamente tiende a estrecharse conforme se desciende hasta el llamado culo o pie del vaso.
Es en la parte más amplia en la se encuentra situada, casi siempre a punto de desbordarse, la nata montada. Sobre ella se alza altanero el caramelo. El caramelo es el sorbo más bueno y placentero del batido. Su sabor nos endulza hasta las entrañas. El más mínimo contacto entre nuestras papilas gustativas y este pegajoso manjar ilumina de repente nuestra mirada. Así es el placer, ídolo de la mayor parte de la sociedad. Despierta en nosotros nuestros más recónditos deseos y nos llama con fervor e insistencia. No es por tanto de extrañar que muchos hayan dicho que sí a su llamada. Gentes de todo tipo y condición viven en y por el placer constituyéndose así en el caramelo del batido de la sociedad. No hay nada más que ocupe sus mentes o corazones puesto que el placer lo inunda todo. Es, sin embargo, el trago más corto y efímero: el caramelo se acaba enseguida.
Tras el líquido del caramelo, le toca ahora recorrer el tubo de la pajita a la nata. Este ingrediente es siempre esencial en las bebidas refrescantes. Su textura espumosa nos aporta cierta sensación de confort y serenidad. Es algo así como el colchón en el que reciben su descanso las personas tibias de la sociedad. Gentes que no se decantan ni por un extremo ni por el otro, sino que deciden o, más bien su instinto les conduce a, tumbarse a descansar y no molestarse en luchar. No se plantean ni siquiera el por qué de su existencia porque ello supondría demasiado esfuerzo. El resultado es el asqueamiento o pesadez que en ocasiones produce un atracón a nata montada. Si bien es cierto que parte del ingrediente queda a veces dentro de la copa, el resto tiende a desbordarse por las paredes exteriores a causa de la magnitud del batido en sí.
Y por fin llega a nuestros labios el inconfundible sabor a vainilla protagonista de nuestra bebida. El batido es la esencia, la parte más duradera, aquello que parece abarcarlo todo y que cumple el papel protagonista. A él pertenecen todas aquellas personas que se han decantado ya por su lugar en la vida. Ellas conocen su misión y luchan diariamente por cumplir sus objetivos con esfuerzo y dedicación. Gentes trabajadoras y luchadoras, maduras y responsables. Se podría decir que el batido de nuestra sociedad está formado por todas aquellas personas que alguna vez cursaron la asignatura más importante de nuestras vidas que no es otra que la de teorizar acerca del por qué de nuestra existencia. Ellas ya se lo plantearon y dieron cuenta de su misión, luchando diariamente por cumplir, no sin esfuerzo, las tareas a ellos encomendadas. Sin embargo, ellos no han llegado hasta el fondo del vaso. Ellos no son el último sorbo.
El último sorbo es siempre el más esperado. Es, sin embargo, aquel al que cuesta más llegar. Para acceder a él es necesario haber ingerido anteriormente todo el batido. En este último sorbo se haya contenida toda la esencia del batido: caramelo, nata y vainilla se reúnen al final del camino para dar lugar a la confluencia de sabores más deliciosa jamás probada. Son los filósofos los únicos que tienen acceso privilegiado al sorbo final del batido de vainilla. Son ellos los únicos que no han sucumbido a la tentación del caramelo, que no se han detenido a descansar en el esponjoso colchón de la nata y que tampoco han decidido establecerse cómodamente en el batido de la mayoría. No. Ellos han querido luchar hasta la meta para poder llegar hasta el sorbo final. En él se puede experimentar el placer del caramelo, pero no de manera superficial sino desde dentro. Se descansa en la nata de la búsqueda. Y se brilla por ser diferente, único e inconformista. Pero pese a todo lo anterior, el sorbo final es vergonzoso. Cuántas veces debemos contenernos a nosotros mismos y guardar las composturas para no sorber el poso de la bebida cuando estamos ante el público. Y es que, nunca se dijo que ser filósofo fuese fácil. Sorber en público y conteniendo la vergüenza el poso final del vaso aunque ello suponga la mirada indiscreta e hiriente del público: eso es la filosofía y es ahí donde nos encontramos los filósofos en el inacabable batido de vainilla de la sociedad.
El verdadero filósofo es el que le daría la vuelta a este ensayo aduciendo a su autor una pequeña pega: el batido se bebe de abajo arriba. Si has caído en ello, eres un filósofo.
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