“Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad” dijo una vez Aristóteles. Pero ¿Qué es la verdad? Esta pregunta la han formulado pensadores de todos los tiempos y la definición más aceptada y clara fue propuesta por Tomás de Aquino: la verdad es la adecuación del entendimiento y la realidad. Ahora bien, si el conocimiento que toda persona posee sobre la realidad admite la duda, la opinión y la certeza, y si según esta célebre frase que define la verdad, es el entendimiento el que se conforma a la realidad de las cosas, entonces ¿Existe la verdad cuando dudo? ¿Es que solo cuando tengo certeza y evidencia de que la realidad que conozco se adecua a la realidad de las cosas puedo decir que algo es verdadero? ¿Puedo conocer la verdad?
Cada vez que me hago a mi misma estas preguntas se barajan en mi cabeza distintas respuestas. Por momentos pienso que podemos conocer la verdad, pues sin verdad no sería posible el conocimiento y sin conocimiento no podríamos manifestarnos la verdad recíprocamente y en consecuencia, la sociedad no existiría. Pero una vez dicho esto, cambio de opinión repentinamente y pienso que uno no puede conocer la verdad, pues cada uno conoce de manera subjetiva, pero no… esto me llevaría a un relativismo, postura con la que estoy totalmente en contra. ¿Será entonces la verdad el producto de la opinión de la mayoría? Tampoco, sería como decir que la verdad es aquello que decide quien tiene poder para imponer su opinión. Estoy segura de que esta confusión proviene de un malentendido en la definición de verdad, y así es. Tomás de Aquino quería decir que el sujeto depende de la realidad no la realidad del sujeto. En la sociedad actual caemos en la tentación de creer que la verdad depende del ser humano, pero la verdad es la realidad y por tanto no es relativa ni del conocimiento ni de la voluntad del hombre, no depende de las opiniones de la mayoría.
Reflexionando uno cae en la cuenta de que el ser humano sabe que muchos de sus conocimientos son poco seguros, más o menos dudosos, probables o incluso erróneos, pero sabe también que algunos conocimientos son ciertos e incuestionables. Esto es porque tenemos constancia de la existencia de una verdad que, al tiempo que nos trasciende, nos resulta alcanzable. Ya lo decían los versos de Antonio Machado:
“¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.”
Si descolocamos el concepto verdad y pasamos a ‘mi’ verdad estamos rompiendo la objetividad. Empezamos a especular, a hacer nuestra verdad pero no es la verdad. La misma experiencia del error nos demuestra que se puede alcanzar la verdad pues sabemos que un conocimiento o una acción es un error cuando lo comparamos con lo verdadero, de lo contrario todo serían errores y no nos daríamos cuenta. “Podemos equivocarnos y olvidar, pero sabemos que la realidad es única y que siempre hay una verdad, incluso cuando se miente o se yerra”[1].
El hombre busca por naturaleza la verdad, tanto en la acción como en la palabra. Pero dada nuestra naturaleza, el conocimiento humano siempre se verá sujeto a dificultades exteriores e interiores: por un lado, el carácter oscuro de la realidad y por otro lado, la torpeza de nuestro entendimiento guiado por los intereses personales y cegado por la comodidad, la riqueza, el poder, la fama, el placer… que pueden llegar a tener más peso incluso que la propia verdad. Por esta razón es el sujeto quien debe adaptarse a la realidad reconociéndola como es y no como los gustos de la inteligencia prefieran. La verdad tiene su origen en la realidad por lo que la adecuación entre el entendimiento y la realidad depende más de lo que son las cosas que del sujeto que las conoce.
Un conocimiento es verdadero cuando manifiesta y declara el ser de las cosas. Para aceptar la verdad hay que reconocer las cosas como son. Si se vive a espaldas de la verdad uno acaba en la autojustificación, en la subjetividad enfermiza, en el relativismo. Vivimos en una sociedad en la que se cumplen las palabras de Pascal que dicen así: “Decir la verdad es útil para aquel a quien se dice, pero es desventajoso para el que la formula, puesto que se hace odiar”. Pero a esto contestaría Goethe: “La verdad enojosa vale más que el error provechoso”
Debido a una falta de respeto en la manifestación de la verdad por parte de las personas, nuestra sociedad acaba recibiendo con confianza un lenguaje manipulado que no conduce según la verdad sino según los intereses del propio manipulador. Nuestro reto hoy en día es educar en la verdad mediante el lenguaje, que es el vehículo y expresión del pensamiento, con el fin de conducir al humanismo y acabar con esa inclinación a ocultar o deformar la verdad. En el lenguaje “la verdad se desdobla en dos diversas vertientes, por una parte, la precisión del lenguaje, y por otra, el ajuste del habla a las situaciones particulares”[2]. Como quiere mostrar Austin “un adecuado análisis del lenguaje veritativo confirma la teoría de la verdad como correspondencia entre enunciados y hechos”[3].
Para avanzar en el conocimiento debemos esforzarnos por captar mejor la realidad de las cosas y no conformarnos y quedar anclados en lo que opinan las personas pues no constituyen una fuente última de verdad.
[1] E. Alarcón: Verdad, Bien y Belleza. Cuando los filósofos hablan de valores, Anuario filosófico, nº 103 (2000), p. 61.
[2] J. L. Austin: Análisis y verdad, Anuario Filosófico X/2 (1977), p.4
[3] Ibíd., p.2
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