martes, 21 de febrero de 2012

ENTRE TONOS DE GRIS




Título: Entre tonos de gris                                            
Autora: Ruta Sepetys
Carácter de la obra: novela
Editorial: MAEVA
Año de publicación: 2011
Número de páginas: 287
ISBN: 978-84-15120-25-4
Traducción a cargo de Isabel González-Gallarza
Precio: 16,90€  


Ruta Sepetys nació en Michigan, Estados Unidos, en una familia de artistas, lectores y amantes de la música. Estudió Finanzas Internacionales en Hillsdale College, y una vez graduada se fue a vivir a París. Años más tarde se trasladó a Los Ángeles donde empezó a trabajar en una industria de música. Finalmente fundó su propia productora en Nashville donde reside actualmente.  Su padre, un refugiado lituano, fue quien le inspiró y le animó a publicar su primera novela Entre tonos de gris. Esta obra de ficción histórica es un homenaje a las miles de víctimas que sufrieron la ocupación soviética de los Estados bálticos de Lituania, Letonia y Estonia durante el reinado de Stalin entre 1941-1954.
Me imaginé que levantaban una alfombra y en mi cabeza vi una enorme escoba soviética barriéndonos debajo. [Pág. 30]
Todo comienza la noche del 14 de junio de 1941 en Kaunas, Lituania. Lina, una jovencita quinceañera con un talento increíble para dibujar, se había sentado en la mesa de su habitación para escribirle una carta a su prima Joana cuando unos golpes estruendosos provenientes de la puerta principal le hacen saltar de la silla. Agentes del NKDV (la policía secreta soviética) habían irrumpido en su casa con fusiles en mano. La razón: ella y su familia estaban en la lista de personas consideradas antisoviéticas. En un abrir y cerrar de ojos, le arrebatan su casa y le arrojan junto a su madre Elena, su hermano pequeño Jonas y otros refugiados a uno de los muchos vagones de un tren utilizado para transportar ganado del que cuelga un cartel que dice “Ladrones y prostitutas”. Como animal llevado al matadero, como criminales encarcelados sin delito, emprenderán un viaje de 440 días que desde Lituania les llevará primero a los campos de Siberia y después al Polo Norte. Días antes se habían llevado a su padre, Kostas Vilkas, quien permanecerá en paradero desconocido a lo largo de toda la historia. La esperanza de volver a reunirse algún día con él es lo que les mantendrá con vida.
No dejes de pensar en tu padre y en nuestra casa. Tenemos que mantener vivo ese pensamiento en nuestros corazones. Si lo hacemos, volveremos. [Pág.89]

Durante el trayecto comparten vagón, o mejor dicho “fosa común”, con medio centenar de personas. De entre ellas, destacan: Ona, una mujer a la que deportaron con su bebé nada más dar a luz y a la que matan de un disparo al quedar sumida en la tristeza y perder el control por la muerte de su hijo; Rimas, una bibliotecaria culta y con conocimientos; el señor Stalas, un coleccionista de sellos que solo sabe ver el lado negativo de las cosas, un hombre desagradable, egoísta, gruñón y desagradecido que solo ansía la muerte incapaz de soportar tanto sufrimiento; la profesora Grybas y Andrius Arvydas, un joven de la edad de Lina con quién compartirá una gran amistad, un chico de gran corazón que junto a su madre aprovecharán su desgracia para mantener a otros con vida. Personas que dejarán huella en el corazón de Lina y de su familia.
El libro se divide en dos grandes bloques. El primero lleva por título “Ladrones y prostitutas” y recoge el primer trayecto que va desde Lituania a Siberia pasando por Bielorrusia y Rusia. En ese tramo se respira histeria y pánico. En medio de un caos indescriptible separan a las familias y muchos son vendidos como mercancía. Los niños gritan y las madres suplican.
¿Se han preguntado alguna vez cuánto vale una vida humana? Aquella mañana, el precio de la vida de mi hermano fue un reloj de bolsillo. [Pág. 33]
Una vez en los campos de Siberia, trabajan las 24 horas del día ya sea cavando hoyos o plantando remolachas. Solo una vez cumplida su labor tienen derecho a trescientos gramos de pan. Con la llegada del invierno se realiza un nuevo traslado, esta vez al Polo Norte dando así paso al segundo bloque del libro “Hielo y cenizas”. Además de volver a quedar presos en la oscuridad y en la suciedad del vagón, Lina tendrá que separarse de Andrius, su mejor amigo con el que empezaba a compartir algo más que una simple amistad. En el nuevo campo de trabajo tendrán que construirse una cabaña con palos, piedras y musgo para sobrevivir al invierno, mientras los agentes de la NKDV descansan en una choza de madera, bien alimentados y con estufa. Pocos sobrevivirán a la Noche Polar. El viento, la nieve y la tormenta traerán enfermedades como la disentería, el tifus y el escorbuto a las que se unirá la debilidad, la desesperanza y la nostalgia. Lina y su familia tendrán que luchar por combatir la muerte de la que su madre, mujer de una bondad y un amor rebosante, no se librará.
Lina y su hermano Jonas se verán obligados con prontitud y celeridad. Perderán la noción del tiempo, no sabrán dónde ni porqué están donde están. En esos días de desamparo, de tristeza y de sueños rotos verán de cerca la muerte, y experimentarán sentimientos de angustia, miedo y desesperación, pero sobre todo… odio. 
Los odiaba, a los agentes del NKVD y a los soviéticos. Planté una semilla de odio en mi corazón. Me juré que crecería hasta convertirse en un árbol inmenso cuyas raíces los estrangularían a todos algún día (…) ¿Cómo podíamos defendernos si todo el mundo estaba muerto de miedo y se negaba a hablar? Yo no pensaba callarme. Lo escribiría todo, lo dibujaría. Ayudaría a papa a encontrarnos. [Pág.55]
Lina sueña con ser una artista como Munch. En los momentos de penuria, de pánico y de agonía encuentra en sus dibujos una vía de escape, una fuente de esperanza, una gota de optimismo. De los trazos se desprende ira, odio, miedo y rabia incontrolada. Consciente de que ser descubierta le acarrearía la muerte, armada de valor, lo escribirá y lo dibujará todo siempre que tenga ocasión con la esperanza de que algún día sus dibujos caigan en manos de su padre, de ser así, él los reconocería enseguida y haría lo posible por reunirse de nuevo con ellos. Después de doce años deportados, esos dibujos grises sin apenas color hablarán en nombre de todas aquellas personas, víctimas de las atrocidades de Stalin, que sufrieron y perecieron en silencio.
Esta conmovedora historia narrada por la voz de Lina nos muestra como a una persona se le puede arrebatar la dignidad, la libertad, la intimidad y el respeto, pero nunca, la esperanza, la fortaleza del espíritu y las ganas de vivir.
(…) Era lo único sobre lo que no tenía dudas, nunca: quería vivir. Quería ver crecer a mi hermano. Quería volver a ver a mi patria. Quería ver a Joana. Quería volver a sentir el aroma de las lilas que la brisa traía hasta mi ventana. Quería pintar en los campos. Quería ver a Andrius con mis dibujos. En Siberia solo había dos escenarios posibles: el éxito significaba sobrevivir; el fracaso significaba morir. Yo quería la vida. Quería sobrevivir. [Pág. 264]

Entre tonos de gris narra una historia cruel e injusta, a la vez que enternecedora y apasionante. Por medio de unos personajes de ficción, Ruta Sepetys nos describe la inhumana experiencia que vivieron miles de lituanos atrapados entre el imperio soviético y el imperio nazi. Con una prosa sencilla y brillante la autora traslada al lector al lugar de los hechos. A base de frases cortas, numerosos diálogos y descripciones minuciosas y detalladas, el relato adquiere tal realismo que pone al lector en la piel de los protagonistas. Sufrirás con sus desgracias, llorarás sus pérdidas y te complacerás de sus alegrías. Ruta Sepetys compensa las escenas de sufrimiento con pequeñas alegrías. Nos muestra así que, en condiciones inhóspitas como las que vivieron los deportados a campos de trabajo de Siberia, siempre queda hueco para la amistad, la generosidad, la amabilidad, la unión familiar, el sentimiento religioso, etc. El empleo de un lenguaje ágil y sencillo, así como los pequeños fragmentos intercalados a lo largo de todo el relato a modo de feedback, facilitan el ritmo de lectura.

En mi opinión, si hay algo que podría mejorarse, es el final. La autora parece precipitarse al final del libro. La última página a modo de carta resume lo que podían haber sido uno o dos capítulos. Sabemos cómo acaba pero no cómo llegan los personajes al epílogo. Pero aun y todo, resulta una historia fascinante que merece la pena leer.

Para lograr esta magnífica novela, Ruta Sepetys ha llevado a cabo un intenso trabajo de investigación, que incluye entrevistas con familiares e historiadores, con superviviente de las deportaciones, con psicólogos y funcionarios del Estado. Para recopilar toda la información viajó dos veces a Lituania. Con esta novela, dirigida a todo tipo de público y para todas las edades, Ruta busca despertar la compasión por el género humano y nos enseña que el amor es el arma más poderosa. La gente que sufrió la tortura de Stalin demostró que hay luz hasta en la noche más oscura.

-Andrius…tengo miedo.
Se detuvo y se volvió para mirarme.
-No. No tengas miedo. No les des nada Lina, ni siquiera tu miedo. [Pág. 201]

LA SOLEDAD PERJUDICA SERIAMENTE LA SALUD


El hombre es social por naturaleza. Necesita la relación personal y la convivencia con los demás hombres para realizarse como persona. A nadie gusta estar solo, es más, la soledad es considerada como algo temible. ¿Por qué? Porque somos seres dotados de razón y de sentido común, pero también de pasiones, emociones y sentimientos que pueden llegar a dominarnos. Muchas veces la irritabilidad, la ansiedad, el odio, el dolor y todo tipo de emoción negativa adquieren tal fuerza que acaban con la felicidad, el amor, el ánimo que tanto deseamos. El desahogo se presenta entonces como única escapatoria a esa tensión espiritual que se genera en nuestro interior arrebatándonos la paz. Dependemos de los demás, de su escucha, su apoyo, su comprensión y reconocimiento para no caer en nuestras propias flaquezas y tropezar con los obstáculos. En definitiva, para no sentirnos solos. La desilusión, el pesimismo y la infelicidad son experiencias duras de sobrellevar; si se refugian en la soledad pueden llevarnos al aislamiento, a la depresión, a la violencia por pérdida del control o quién sabe, quizá al suicidio. Según un informe publicado en Science en 1987, “el aislamiento tiene la misma incidencia en la tasa de mortalidad que el tabaco, la tensión arterial elevada, el alto nivel de colesterol, la obesidad y la falta de ejercicio físico”[1]. “Soledad” aquí hace referencia a la falta de convivencia. La convivencia es un arte que hay que aprender y se aprende conversando con otros, preguntando, escuchando, expresándose, etc. Hemos sido creados para vivir en comunidad. 

Pero esto es solo un tipo de soledad. Una cosa es estar solo, carecer de compañía, estar aislado, y otra muy distinta es sentirte solo, inmerso en la nada, vacío por dentro a falta de sentido de la vida incluso cuando se está acompañado. ¿Cómo se explica ese vacío?

Vivimos en una sociedad en el que priman los bienes materiales sobre los espirituales. Acostumbrados al bienestar y al confort, tratamos de encontrar la felicidad y justificar nuestra existencia en la posesión de cosas al margen de planteamientos trascendentales. Esto explica que la perdida de tales bienes lleve a la angustia, al absurdo, a lo que Viktor Frankl denomina “la frustración existencial: el vacío interior en que se hunde el hombre que de pronto ve su existencia desposeída de un significado que la haga digna de ser vivida”[2]. Pero ese vacío interior al que uno se siente arrojado no se debe únicamente a una carencia de valores, a una falta de creencia. Las nuevas tecnologías, el ruido, las modas, el trabajo, las prisas, el ritmo de vida, etc., llenan todo nuestro tiempo y se olvidan a menudo de recordarnos que poseemos algo tan valioso como es la interioridad y que se necesita estar a solas para conocerla. Hay quien todavía no se ha dado cuenta de que dentro de sí lleva un Yo; un yo que pide a gritos salir pero que permanece escondido porque nadie ha reparado en él. Muchos buscan fuera lo que solo se puede encontrar dentro, esto es, la verdad y el sentido. Juan Pablo II decía que “la conquista de la interioridad es la clave de una vida que vale la pena ser vivida, porque se convierte en un descubrimiento extraordinario, nunca acabado, de sí mismo, de los otros, del mundo y de Dios. Es también el camino de una comunión fraterna con todos los hombres”.

Pero para conquistar la propia interioridad hay que estar provisto del hábito de la contemplación y de la reflexión, es necesario haber formulado muchas preguntas y haber escuchado al silencio. De lo contrario, cuando el activismo de la vida ordinaria cese y aflore el silencio, cuando nos encontremos solos frente a nuestros pensamientos y sentimientos -no acostumbrados a experimentar y a afrontar pequeñas sensaciones de vacío- nos invadirá el miedo y la inseguridad. Por falta de fortaleza seremos vencidos por la amargura, la angustia y el aburrimiento. Según Rafael Alvira, “el aburrimiento es experimentar el pasar de un tiempo en el que no pasa nada; la vivencia de la nada del ser; una continuidad en la nada, una eternidad sin contenido, una felicidad sin gusto, una profundidad superficial, un hartazgo hambriento”. Es de valientes atreverse a estar solo y encontrarse consigo mismo.

Hay que recuperar la soledad sana del sabio. El filósofo acompaña a la soledad para dialogar con ella en silencio; un silencio que no frustra ni encarcela, sino que llena y libera. “La soledad del sabio es soledad acompañada”, esto es, una soledad que te hace estar solo pero no sentirte solo. Evadirte de vez en cuando del ruido que te impide pensar, de la fugacidad del tiempo ordinario que te altera y te dispersa, de las preocupaciones y problemas que te inquietan, etc., proporciona paz, purifica la mente y enriquece el espíritu. Como bien dice Sócrates: “Una vida no examinada no merece ser vivida”. Para salir de uno mismo, primero hay que entrar. El filósofo busca la soledad para convivir con la contemplación, con la reflexión, para dialogar con el silencio y con su pensamiento. Llega así a la verdad que nutre y da sentido a la vida. La soledad que no acompaña ni aporta, perjudica seriamente la salud.




[1] Goleman, Daniel, Inteligencia emocional, Kairós, Barcelona, 1996, pág. 268.
[2] Frankl, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 1998.

miércoles, 8 de febrero de 2012

NOVIAZGO A DISTANCIA. EL SECRETO DE LA ESCRITURA DEFINITIVA


La escritura es como el noviazgo; una etapa en la vida que te lleva a pensar, a madurar, a aprender, a rectificar, a comunicar… pero sobre todo a amar. En el noviazgo uno da y recibe, en la escritura uno aporta y aprende, y todo ello por amor, ya sea amor a una única persona en el primer caso o amor a un único saber, este es, el verdadero, en el segundo. Escribir, decía Jaime Nubiola, es “poner en limpio lo que pensamos”, del mismo modo, el noviazgo es manifestar lo que sentimos. Uno puede pensar que nada tiene que ver lo uno con lo otro puesto que el pensamiento se almacena en el cerebro y el sentimiento en el corazón. Pero quien piense así se equivoca; son dos órganos a distancia pero conectados. Conectados e interdependientes por la simple razón de que al escribir uno pone la cabeza en el corazón, y por tanto ama lo que piensa y lo que escribe; y viceversa, al salir con alguien dejas que esa persona a la que amas entre a formar parte de tu relato, de tu historia personal.

El noviazgo se edifica sobre tres pilares básicos e imprescindibles, los mismos que sustentan el edificio de cualquier escrito, y estos no son otros que principio, desarrollo y fin. Antes de explicar las razones de este armazón, expondré brevemente los tipos de géneros que se pueden distinguir en el noviazgo:

         El noviazgo de planificación: este tipo de género no puede llamarse propiamente “noviazgo”. Es aquella etapa en la que los novios “en potencia” realizan un índice definitivo de cómo se imaginan que será su chico/a ideal antes de comenzar a escribir su historia personal: si tendrá mucho carácter, poco o nada; si será divertido/a o más bien serio/a; de pelo rubio o moreno…etc. Ambos buscan pero nunca encuentran porque andan a la caza de una presa que no existe. Viven “ennoviados con un ideal”.

         El noviazgo de las anotaciones: al igual que el primer género, no puede llamarse propiamente “noviazgo”. Es la etapa en la que ni él ni ella planifica un índice, como el escritor que escribe sin tener nada que decir y solo deja caer una “lluvia de ideas”. Salen a la calle para fichar, y con el tiempo y mediante la observación, ver si alguna persona valdría o no la pena. Anotar consiste aquí en ir guardando en la memoria pequeños detalles buenos o malos que se van observado al mirar a las personas que te atraen: si te gusta o no su forma de vestir, de hablar, de actuar….en definitiva, de ser. Pero el problema es que nunca deja de llover ¿Por qué? Porque no se atreven a coger una de esas gotas de agua y hacer de ella un mar. Espera y esperan… y se acaban ahogando en su propia lluvia.

         El noviazgo de las citas: a este tipo de género lo llamaría yo “alergia al compromiso”. Consiste en citarse con una persona unas cuantas veces con el único objetivo de divertirse, la gente piensa que entre los dos hay algo, pero no, como quien  se va de copas, ellos se van “de citas”. Y lo peor de todo es que se comportan como si hubiera compromiso cuando en realidad de ninguna boca salió “yo quiero salir contigo”, todo se da por hecho, incluido que mañana él o ella estará con otro/a y ambos se comportarán como si no se hubieran visto. “Novios por un día”, una cita que ha servido para todo menos para conocerse, solo para archivarla en un cuaderno de notas con todas las demás.

         El noviazgo borrador: este tipo de género destaca por su extensión. Es el polo opuesto a noviazgo de las citas. Ambos saben que la cosa no funciona, que algo falla, pero por miedo a tirar un folio a la basura en el que tanto tiempo habían invertido, tratan de alargar una historia que nunca pasará a limpio. Es una etapa que durará lo que dure el borrador.

         El noviazgo de diseño: ambos buscan a un hombre o a una mujer que tenga dos condiciones: que sea guapo/a y con dinero. Acabas queriendo al otro por lo que tiene y no por lo que es, por el número de libros publicados y no por la calidad del contenido.

Por último, el noviazgo definitivo: este es un género especial. Muchos lo desean, pero pocos consiguen el Premio Nobel de Literatura porque requiere tiempo, esfuerzo y buenas disposiciones. Es igual que el resto pero diferente a todos. Me explico. Se asemeja en que para ser definitivo ha tenido que pasar por la planificación realizando un índice provisional y no concluyente, por las anotaciones fichando muchas y apostando por una, por las citas para profundizar en el conocimiento del otro, por el borrador para darse a conocer como persona y ver si con el tiempo puede pasarse a limpio, y finalmente por el diseño, porque una vez impreso te das cuenta de que lo que has conseguido es un tesoro guapo por dentro y rico en virtudes, que destaca por lo que añade y no por lo que adorna. Es un noviazgo que sabe pasar por todas las etapas sin estancarse en ninguna, que se escribe “sin prisa pero sin pausa”. Se diferencia en que es el único que no se derrumba porque no se sustenta en uno sino en los tres pilares mencionados al comienzo:
-Principio: tiempo para planificar y anotar.
-Desarrollo: tiempo para las citas y un borrador en limpio.
-Fin: hora de publicar el texto definitivo y dejar paso a las nuevas ediciones, tantas como sean necesarias.

         ¿Cuál es el secreto? Escribir despacio y producir desde el principio un texto “definitivo”[1]. Ahora bien, esto no quita que un texto que comenzó a escribirse con vistas a ser publicado pueda quedarse en un mero y sucio borrador, o que algo que comenzó en noviazgo acabe en amistad, porque si no merece la pena “noviazgo empezado noviazgo terminado”[2]. Se puede dar una segunda oportunidad y tratar de reescribir un texto, pero si aún y todo quedas insatisfecho no hay que perder el tiempo, ni engañarse diciéndose a uno mismo “esto no me gusta de él pero yo lo cambiaré”, de lo contrario lo pagarás después cuando veas que tu texto, -sí, ese que con tantos adornos y palabras rimbombantes pensaste haber cambiado-, está publicado pero con cero ventas, sin beneficios, porque trataste de hacer de una hoja en sucio sin contenido una publicación de éxito ¿Y qué obtuviste como resultado? Una publicación inverosímil de la que te deshiciste mediante la separación o el divorcio para no volver a saber más de ella: todas esas ilusiones, ideas, recuerdos, sueños, alegrías… caen en saco roto. Se puede hacer que una persona mejore, que cambie en determinados aspectos, pero no se puede hacer de una persona otra. Con una misma idea se puede escribir una novela o una poesía, pero una vez escrita la novela no se puede decir que es poesía. Hay que saber zanjar porque lo que no perfecciona degrada, lo que no te hace crecer te decrece. Es más fácil y menos doloroso destruir un borrador que una publicación.

         Muchos piensan que la distancia destruye el amor, cuando en realidad pone a prueba y refuerza la calidad del relato. Con la escritura yo aconsejo mantener un noviazgo a distancia, noviazgo para amar el saber y a distancia para dejar sitio a la preparación y al reposo. De ese modo lo amarás más cuando lo vuelvas a ver.






















































[1] Nubiola, Jaime, El taller de la filosofía, ed. Eunsa, Navarra, 2010, Pág. 139.
[2] Cfr. Ibíd.

miércoles, 1 de febrero de 2012

ESCUCHA Y SERÁS ESCUCHADO


Con Georgias, Isócrates, Platón, y en especial con Aristóteles y Cicerón, el arte de la palabra, esto es, la retórica, adquirió gran importancia, tanta, que llegó a recibir el título de “oficio”. Este oficio del buen decir tenía y sigue teniendo como tarea transmitir oralmente de manera clara, precisa y rigurosa la articulación de pensamiento y vida que uno ha llevado a cabo durante la escritura propia. Uno escribe para sí mismo y para los demás, para crecer y “compartir ese manojo de ideas, afectos y sentimientos que cada uno es”[1] por medio de la comunicación hablada o escrita. Pero así como el dominio de la palabra y su comunicación exitosa -la retórica- requieren reflexión y hábito de escritura previa, tanto el escritor como el orador no dejan de ser dos enanos a hombros de un gigante[2]; un gigante con el que nuestra sociedad se ha enfrentado y del que se quiere deshacer: el oyente y su capacidad de escuchar. ¿De qué sirve la escritura y la palabra hablada si nadie te escucha?  

Vivimos en la era de la tecnología y de las grandes velocidades. Nuestro lema “sin prisa pero sin pausa” ha pasado a ser “con prisa que no hay tiempo”, lo que se traduce en “apuesta por la cantidad y la rapidez y olvídate de la calidad y el rigor”. Debido al “no tengo tiempo” la capacidad de escuchar y de prestar atención se han visto perjudicadas. Poco a poco hemos ido perdiendo la costumbre del diálogo cara a cara, situación que se da entre dos personas donde una ejerce de locutor y otra de oyente, de manera que ambos quedan abiertos a la interpretación no solo de sus palabras sino también de sus gestos, su mirada, sus silencios y el contexto en el que se encuentran. Ahora, en cambio, uno se encara a la pantalla y no a la persona, utiliza el teclado y no la boca, no se expresa mediante gestos sino que trata de buscar entre una limitada variedad de pelotitas amarillas el happy que mejor exprese su estado de ánimo, uno no puede extenderse en la conversación ni expresarse con paz y naturalidad porque tiene que adecuarse a los 160 caracteres que tiene un sms o a los 140 del twitter, y para cuando el tuenti, el facebook o el correo nos permite extendernos, resulta que nadie nos lee porque no tiene tiempo o porque al ver una masa de tinta negra se abruma, acostumbrado a un párrafo. ¿Y tenemos la osadía de llamar a esto comunicación? ¿Acaso alguien te escucha? Debido a la falta de tiempo dada la locura de ritmo de vida que llevamos y a las grandes cantidades de información disponibles a todo público gracias a los nuevos medios, ya no solo no te escuchan sino que apenas te leen, de ahí que se haya tenido que recurrir a la pirámide invertida y a la lectura en diagonal, incluso tratándose de textos breves.

Nos encontramos ante una paradoja. Vivimos en la era de la comunicación y de la no comunicación: de la comunicación porque las veinticuatro horas del día estamos conectados los unos con los otros a través de internet, y de la no comunicación porque nadie nos escucha ni nos presta la atención merecida ¿Por qué? Porque ya no existe el verdadero oyente, aquel que es capaz de dejar de lado sus preocupaciones para regalarte unos minutos de su tiempo. Un ejemplo claro son las redes sociales. Póngase el caso de alguien que crea un evento en facebook para compartir un texto y se lo envía a sus “469” amigos y a los amigos de sus amigos ¿Acaso cree esa persona que todos esos supuestos amigos leerán su mensaje? Muchos ni lo abrirán, otros lo abrirán únicamente para darle al “quizás” y quitárselo del medio, y la mayoría de los que tuvieron la cortesía de leerlo lo hicieron por encima. Y yo me pregunto: ¿Cuánto tardó esa persona en redactar el mensaje? De esta manera se multiplica el problema; ya no solo carecemos de tiempo, sino que el que tenemos los perdemos en comunicaciones inútiles, sin logros ni efectos y sin destinatario. En definitiva, que muchas veces hablamos a la pared. ¿De qué sirven tantos inventos que nos conectan con el mundo y nos desconectan de las personas? Para que reine una buena comunicación se necesita ante todo aprender el oficio de escucharnos los unos a los otros, de lo contrario se empobrece la mente, se pudren las ideas y se mata a la imaginación.

“Se necesita coraje para pararse y hablar. Pero mucho más para sentarse y escuchar” decía Winston Churchill. Y ese coraje no es otro que el de quien se dedica a la filosofía. Nuestros escritos para que sean dignos de ser compartidos necesitan nutrirse mediante la escucha, pues como bien dice Jaime Nubiola, “la verdad se busca en comunidad. Aprendemos de nosotros mismos escuchando a los demás, a lo que ellos dicen de nosotros o incluso de sí mismos”[3].

Tenemos que ser como la pequeña Momo[4], aquella niña de unos ocho o doce años que en un mundo tecnificado donde las amistades se enfrían por culpa de unos ladrones de tiempo, los llamados “hombres grises”, destaca por una “extraña” cualidad: sabe escuchar. No todo el mundo sabe escuchar de verdad, y menos aún como Momo, quien con su sola presencia, atención y simpatía, sin ni siquiera preguntar ni aportar buenas razones, hacía surgir en los demás ideas y pensamientos brillantes. Los tres cimientos de la filosofía son, en este orden: escuchar mucho, pensar mucho y escribir mucho. El arte de escuchar sustenta todo el edificio del saber, pues como decía Lloyd Alexander: “En ciertos casos aprendemos más buscando la respuesta a una pregunta y no hallándola que conociendo esa respuesta”[5], es decir, se aprende más escuchando no solo aquello que nos interesa oír.

“Para conquistar la sabiduría se necesita mucho tiempo”[6] e invertir el tiempo en escuchar vale el doble. Hay que tener presente que “quien controla una conversación no es quien más habla sino quien mejor escucha”[7]. Ahora bien, no quiere decir que uno tenga que callar antes que hablar, hay que hacer ambas cosas, hablar y escuchar porque una cosa no quita la otra. Así lo reflejaba Ionescu en De un país lejano[8]:
“El Ruido se echó al lado de la chimenea para descansar.
El Silencio y el Ruido eran primos.
No es que estuvieran enfadados
pero pocas veces hablaban.
-Me haces daño cuando hablas.
-¡Qué estrépito organizas!-se quejaba el Silencio.
-Y yo a ti no te entiendo nada.
Parece como si no tuvieras voz
-solía contestarle el Ruido.

El Ruido y el Silencio -en nuestro caso, Hablar y Escuchar- son primos que no están enfrentados porque ambos son necesarios en toda conversación, pero entre ellos se hablan poco porque se respetan el uno al otro, para que el Silencio hable el Ruido tiene que callar. Cuando se interrumpen, ambos parecen enfadados porque hablar cuando hay que escuchar da lugar al conflicto y permanecer en silencio cuando hay que hablar da lugar a confusión.

Es necesario aprender a escribir porque “la escritura puede hacer que una voz atraviese el tiempo y viva eternamente como los dioses”[9]. La palabra es un regalo y una responsabilidad, hay que aprender a dominarla y combinarla por escrito para que pueda pasar a ser objeto del buen decir. Si quieres escribir, comunicar y ser escuchado… aprende a callar y a escuchar.









[1] Nubiola, Jaime, El taller de la filosofía, ed. Eunsa, Navarra, 2010, Pág. 88.
[2] Cfr. Ibíd. Pág. 115.
[3] Cfr. Ibíd. Pág. 87 y 115.
[4] Cfr. Ende, Michael, Momo, ed. Alfaguara, Madrid, 1995.
[5] Alexander, Lloyd, El libro de los Tres, Prydain Chronicles, 1964-1968.
[6] Gozález, Luis Daniel, Guía de clásicos de la Literatura infantil y juvenil, Ed. Palabra, Madrid 1998, Pág. 176.
[7] Ribeiro, Darcy
[8] Ionescu, Angela C, De un país lejano, Colección labor bolsillo juvenil. Barcelona, 1985.
[9] Schami, Rafik, Narradores de la noche, Colección Las Tres Edades. Siruela. Madrid, 1990, Pág. 234.